Uno se sabe de naturaleza singular en el momento que se declara aficionado de un equipo como el Cartagena. Son bastantes las ocasiones, y los que compartan dicha particularidad no me desmentirán, en las que cuando uno ratifica su sentimiento albinegro en pleno debate futbolístico es inmediatamente cuestionado sobre cuál es su otro equipo de Primera División; en traducción, que si del Madrid o del Barça. Mi respuesta a la citada duda normalmente es “de ninguno” y tras la cual suele venir una sorpresiva expresión facial, mezcla de asombro y complacencia, del compañero de tertulia. Porque, al parecer, de alguno de ambos equipos debería ser.
Presentación de las equipaciones |
Esta rareza mía no se circunscribe exclusivamente a ser hincha de un club modesto. También soy ese individuo que durante un concierto de música está interesado en lo que hace el batería del grupo, mientras el resto jalean al cantante y al guitarrista, o, por ejemplificarlo mejor, en la célebre reflexión confuciana cuando el sabio señala a la luna, el necio mira al dedo servidor formaría parte del colectivo independiente que observa el suelo. Es decir, un verso libre, alejado de las pautas habituales de comportamiento y una persona que tiende a huir de los discursos oficiales que se instalan en cualquier ámbito. Comento esto porque no es la primera vez, ni será la última, que cuando la masa social del Cartagena converge de manera uniforme hacia un asunto concreto mi atención se concentra en otro tema bien distinto.
Algo así creía sentir el pasado domingo en Lorca, cuando felizmente se recuperaba con autoridad el liderato del Grupo IV perdido la semana anterior. Siendo comandados por un