Un año más acabas, con tus finales de infarto, tu tarde de transistores (ahora teléfonos móviles) y tus soñadores equipos buscando acercarse a la salida de tu precipicio. Algunos te desprecian, te infravaloran y te ningunean, ajenos de la magia que desprendes en cada zancada de un extremo que busca el centro al área, del despeje limpio del central que provoca el idilio continuo del balón con el cielo o del delantero tanque, poco comercial, pero eficaz, como el acto de escribir con bolígrafo hoy en día.
Dura, tediosa e insípida durante meses. Conmovedora, canalla y despiadada en tu desenlace; arrebatas el sueño a los que juegan con el fuego de tu abismo, aburres a los que no se juegan nada y levantas ciudades que quieren volver a ser nombradas lejos de ti.
Imagen del final de liga (Fuente: Sportcartagena) |
Contigo aprendí que Navalmoral de la Mata, Baza o Arroyo de la Luz son pueblos que no habría descubierto de manera tan precoz sin que les dejaras jugar en tu liga inagotable, por la que pasa toda la geografía española. Con sus estadios que respiran fútbol por los cuarto costados, con gradas de piedra y jugadores que pueden sentir la respiración de los aficionados que van a ver al equipo del lugar donde nacieron.
Empates a cero en tardes de domingo de invierno en las que no pasa el cronómetro, ensañándonos con la inocente categoría en la que el fútbol por un rato es fútbol y no esa
artificial historia hollywoodiense que nos cuentan a eso de las tres de la tarde en algunas cadenas de televisión. Al fin y al cabo, los protagonistas de esas historias empiezan en el bronce, curtiéndose como Nolito y sus golazos en territorio astigitano, con las internadas de Diego Capel y su melena rubia o como la zurdita de Vicente, vestido de levantinista cuando el Valencia se fijó en él.
artificial historia hollywoodiense que nos cuentan a eso de las tres de la tarde en algunas cadenas de televisión. Al fin y al cabo, los protagonistas de esas historias empiezan en el bronce, curtiéndose como Nolito y sus golazos en territorio astigitano, con las internadas de Diego Capel y su melena rubia o como la zurdita de Vicente, vestido de levantinista cuando el Valencia se fijó en él.
Has cerrado una temporada regular de infarto, con salvaciones y descensos en el minuto 100 (como aquella mañana del Efesé en Alcalá de Guadaira), aplicando el latigo al Écija, que ha visto cómo se celebraba un campeonato mientras ellos se acababan quemando.
No puedo ocultar que te tengo un cariño especial, son tantos años viendo tus partidos que ya te prefiero antes que ver la Primera División, pero nuestros caminos por fin tienen que separarse para siempre. En dos semanas quiero seguirte desde lejos, sin sufrirte y tras una de esas eliminatorias de infarto que nos regalas. Será un colofón digno de nuestra historia. Deja que otros galopen por tus bandas, defiendan tus centros laterales y rematen a tus mallas esos goles firmados con tinta de bronce.
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