jueves, 2 de marzo de 2017

El fútbol no tiene memoria

La semana pasada el mundo del balompié vivía su enésimo capítulo evidenciando el tópico que da título a la columna de hoy. Es un hecho, el fútbol no tiene memoria, y en los tiempos actuales menos todavía. Por si alguien no sigue la actualidad internacional, aclararle que hace siete días el Leicester City cesaba a su entrenador Claudio Ranieri, tan solo medio año después de proclamarse campeón de la Premier League por primera vez en su más de centenaria historia. Algo así como si aquí, en España, ganase la Liga el Rayo Vallecano. Un éxito sin precedentes, que debería otorgar a cualquier técnico el suficiente crédito como para descender dos veces consecutivas, antes de siquiera plantearse su no continuidad.

Comentaba el despido con un compañero de grada del Cartagonova, porque si esta forma de funcionar ha llegado a la vieja Inglaterra, donde se han cuidado las tradiciones de este deporte mejor que en ningún otro sitio, los que somos románticos del fútbol y adoramos su liturgia nos podemos dar por jodidos, permítaseme la expresión. Y es que, sinceramente, el día que el Athletic de Bilbao empiece a contratar a jugadores no euskaldunes no nos quedará nada a lo que aferrarnos. Como decía, se lo comentaba a mi compañero, pero a la vez le rebatía que aquí en Cartagena no estamos como para dar lecciones a la directiva de los Foxes, que es lo que él pretendía hacer.


Antes de darle tiempo a poder desarrollar su, seguramente acertada, visión de la injusticia que había recibido el ya exentrenador del Leicester preferí interrumpirle. Lo
hice, más que nada, para recordarle que, sin ir más lejos, él había sido de los que creyó pertinente gritar aquello de “¡JIM dimisión!” en la recta final de la temporada 2010/11. Sí, a Juan Ignacio, el entrenador que había realizado la mejor temporada en Segunda División en toda la historia del fútbol cartagenero el año anterior. Aunque, recordando ciertos titulares de prensa aludiendo a que matemáticamente aún era posible el descenso a falta de cinco o seis jornadas, me entra la duda de que pudiera ser que el que se equivocase al no vociferarlo fuese yo (ironía off).

Ampliando mi réplica, también rememoré al caso que sufrió Txutxi Aranguren un década antes que JIM. El vasco fue el encargado de dirigir a un club que debutaba en 2ªB y al que apunto estuvo de ascender a la LFP. Pero nunca se le perdonó el aciago cordobazo. La campaña siguiente quedó octavo, pese a haber luchado por el play-off hasta el final, y en el comienzo de su tercera temporada ya se veía que la grada había dictado sentencia en su contra. Estando el equipo en puestos de promoción de ascenso, en un competitivo Grupo III, el Cartago perdía 0-4 con el Espanyol B y la afición, de unas 2.000 personas, estallaba en pañolada. Situación que, desde mi perspectiva de quinceañero efervescente de hormonas, tampoco compartí y tras la cual dimitió.

No espero que en Cartagena podamos llegar a contar un día con un símbolo del tipo Guy Roux, que estuvo más de cuarenta años dirigiendo al Auxerre francés; ni tan siquiera de tener a un Alex Ferguson o Miguel Muñoz, pero estoy seguro de que existen entrenadores que no se deben encontrar en la cuerda floja a las primeras de cambio. Ahora mismo disfrutamos a Monteagudo, que hace poco cumplía un año en el banquillo. El manchego posee excelentes números en competición y anda bastante cerca de un, en principio, ilusionante play-off. Pues ¿se quiere apostar alguien a que si no se acaba ascendiendo habrá un importante sector de la grada que pida su destitución? ¿O que, en caso de ascender, lo habrá igualmente en el mes de noviembre como el equipo esté coqueteando con los puestos de descenso a 2ªB? Eso es lo que no puede ser.

De la pérdida del liderato el pasado fin de semana prefiero no pronunciarme mucho. Otro mal muy propio de estos lares es el no saber digerir un buen triunfo. De hecho, pasó en la primera vuelta cuando se ganó al entonces temible Marbella. En la siguiente jornada fuimos a sestear a Jaén y salimos escaldados. Ahora ha vuelto a ocurrir tras el baño que habíamos infligido al Lorca, que después no se dio la talla en casa contra el Melilla.


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